Más tarde llegó la universidad, y la posibilidad de crear un grupo independiente, eso es la repera!!!. El grupo se llamó Artax, y tuvo mucho éxito en su año de vida en Almería. Representábamos las inquietudes de jóvenes llenos de vida y un tanto críticos e irreverentes, por lo que montamos Dios: una comedia, de Woody Allen, barrimos por completo en la universidad, en Magisterio, en el festival de Albox… Como no podía ser menos allí estaba yo, de actor principal, yendo a entrevistas en radio, prensa, la locura… Lo que más recuerdo de todo aquello eran las ganas de ir a los ensayos, los amigos que nos hicimos, las borracheras, los amores, los desamores, en fin, todo un completo propiio de esa bendita edad. Y como no, la madurez que se va adquieriendo con la responsabilidad ante los otros, el no poder fallarles, aunque cada día de función no pudiera evitar el pellizco estomacal y el asomarme por el telón para ver cómo se llenaba la platea. Qué buenos momentos entre bastidores… no lo cambio por nada en el mundo.
Evolucionamos y crecimos y nos llegó la hora de las giras. Montamos una clásica, El diablo otra vez, de Casona, con objeto de ir de pueblo en pueblo, por toda la provincia de Almería a través de contratos con Diputación. Todo un verano de furgona, de dormir en sacos, a veces en la playa, de más amores, y desamores, de entregarte cada noche, porque el teatro es eso, entrega. Me preguntaban los compañeros cómo podía desgarrarme cada noche (a mí, al actor principal), y yo les decía que sale de dentro, y es que el teatro es aprender a expresarte, a sentir, a vivir.
Cuántos kilómetros con Mamel conduciendo, cuántos pueblos, y la última noche, en la escena del beso con Aurora (la novia de Mamel), me sorprendió con un beso de tornillo a lengua entera, quién lo iba a decir, esto sólo pasa con el teatro…
Muchas experiencias posteriores, algunas que salieron y otras que no, como la adaptación que hicimos en Granada de un relato de vanguardia, La Mierda, que no pudimos estrenar, hasta que llegaron las oposiciones, ya que mi madre, con sabiduría me aconsejó que el teatro no daba dinero, que acabase la carrera antes, por lo que la primera vez delante del tribunal me dije: chavalín, llegó tu hora de hacer la mejor actuación, y salió bien la cosa, es decir, sé que estoy aquí gracias al teatro.
Llegó después la hora de actuar y dirigir a la vez. Fue en Pozo Alcón, mi primer destino definitivo. Durante dos años compartimos experiencias los alumnos y yo, también rodando por la provincia de Jaén, gracias al apoyo que nos dió el Ayuntamiento, que no el Centro (a los Centros no les interesa el teatro).
Una vez aquí, intenté desarrollar una asignatura optativa de teatro, pero el Centro la rechazó, ya que decían que eso no era una asignatura… Después no me dejó el Departamento de Lengua, que se atribuía el derecho a impartirla, pero NUNCA lo hicieron. Así que pasó el tren, y ahora estamos en otras cosas, pero cada vez que suena la palabra teatro, no puedo dejar de estremecerme y sentir ese cosquilleo que desde la atalaya de los años hace el sentir la pasión de ser joven. Amo el teatro.»